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Publicado: Jue Ago 11, 2011 4:24 pm
Hola a todos:
Llevo ya casi un año leyendo muchos de vuestros mensajes (obviamente no todos porque son un montón ) pero hasta ahora no me había decidido a registrarme y compartir mi caso. Os ahorraré los síntomas escatológicos, que son casi todos, y diré simplemente que mi sintomatología casa perfectamente con el SII, amén de cuarenta mil cosas más. A continuación relato el periplo de este último año en clave de humor; aunque por desgracia es la triste realidad. Es muy largo, está plagado de palabras malsonantes y dudo que nadie lo lea; pero encuentro terapéutico contárselo a alguien. Así que, ante todo, a todos, gracias.
Desde antes de navidades del año pasado, comencé a tener fuertes problemas de estómago. Los cuales, por supuesto, mi médico achacó a un colon irritable. Lo impresionante es que ya me había diagnosticado antes de hacerme ni el primer análisis, eso es velocidad. Según él era estudiante, y todos los estudiantes comemos mal, dormimos mal, vivimos mal y no hacemos suficiente ejercicio. En pleno Invierno correr a -10 grados es el ideal de salud de mi médico de cabecera, qué le vamos a hacer. Me dice que todo va a ser de la cabeza; y que si no cierro la boca, me manda una colonoscopia.
Dos meses después, aproximadamente, sufro un ataque de diarrea que me tiene encadenado a la taza del váter durante más de 24 horas seguidas. Y con eso no quiero decir que fuese varias veces al baño, no, quiero decir que no pude salir de él, directamente. De pequeño sufría gastroenteritis casi todos los años y os aseguro que aquello no fue normal, se parecía más a una intoxicación alimentaria, salvo porque no me había intoxicado con nada. Era fin de semana y la consulta del médico estaba cerrada, en otro caso habría corrido para allí a toda velocidad. Bueno, cuando hubiera podido levantarme del váter, claro está. Dos días después logro reunir fuerzas para ir al médico y resulta que no está, que está de vacaciones. Me atiende una joven y me dice que todo va bien en mi intestino; pero me pide pruebas para celiaquía y alergia a la leche, que esas diarreas que se repiten cada varias semanas no le gustan un pelo.
Al volver mi médico de vacaciones, dos semanas después, pone a la anterior médica a caer de un burro diciendo que para qué me había pedido semejantes cosas si total no me pasaba nada, que todo era psicológico.
Varios cólicos, días sin poder levantarme de la cama o el váter, y cantidad de terribles indigestiones después, por fin estaban los resultados del análisis: negativo a celiaquía y positivo (muy poco) a la leche. Le comento al médico que me extraña lo de la leche, porque de pequeño había tenido una intolerancia a la lactosa y lo único que me había dado era diarrea, vamos, la clásica y convencional de toda la vida sin efectos especiales de pirosis, vómitos, reflujo ni nada de ese calibre. No obstante, me manda que disminuya la leche, aunque no la quite.
Después de disminuir la leche y seguir exactamente igual o peor, pruebo a buscar algo de información en Internet y me encuentro con esta página, donde descubro que una cosa es la Intolerancia a la lactosa y otra muy distinta la Alergia a la Proteína. Vuelvo al médico para preguntar cuál de las dos tengo y: la enfermera me dice que a la lactosa, mi antigua pediatra que a la proteína y mi médico de cabecera que "a la leche", punto. Pero que es muy poco muy poco, y que el problema subyacente es que llevo malos hábitos de vida y no hago ejercicio. Joder, no fumo, no bebo, no me drogo, mi peor crimen es que tomo poca fruta, y según él tengo unos hábitos de vida inmundos porque trabajo con ordenadores. Dios bendito, ahora resulta que el PC causa más muertes que el tabaco y yo sin enterarme.
Un mes de diarrea ininterrumpida después, cuando el médico empezó mínimamente a creer que no era mi imaginación, vuelvo a verle para que me recete algo y, adivinen, está de nuevo de vacaciones. No sé exactamente cómo funciona el régimen laboral de medicina; pero me alegra ver que existe una profesión con más vacaciones que los profesores. Me atiende otra doctora que escucha de nuevo mis síntomas, pregunta por la leche, y a la cual yo le vuelvo a explicar que sí, que he disminuido la leche, cambiado a yogures, quitado los yogures, pasado a los quesos, y que no hay dios que lo batanó, que sigo enfermo. Vale, me manda nuevos análisis, me repite la celiaquía y me añade la prueba a la pylori. Le pregunto si debo dejar la leche, o cambiarme a una sin lactosa, y me contesta que no, que siga como estoy. Es decir: enfermo. Perdón, quiero decir: tomando poca leche. Por cierto, sí, a ella también le pregunté si era alergia o intolerancia y tampoco lo sabía, que según ella el análisis no lo especificaba.
Vuelven a pasar las semanas, cuatro para ser exactas, durante las cuales tomo Omeprazol y consigo que la terrible pirosis se reduzca un poco. Tan mal me encontraba que pasé olímpicamente de los consejos médicos y acabé quitando la leche a ver si ayudaba. No creo que sea muy científico, pero también le puse un par de velas al santo, por si acaso. Los eructos siguen yendo a más y la diarrea desaparece de cuajo. En su lugar, ahora no hay manera de que vaya al baño, yupi. Por fin están los resultados: positivo en pylori. Me mandan un tratamiento con antibióticos durante una semana que me deja para el arrastre, aunque después del tratamiento me encuentro bastante mejor.
La vida pinta maravillosa y llena de oportunidades mientras mi estómago creo que empieza a recuperarse. Lo gracioso del asunto es que, al abandonar la dieta antibiótica durante la cual apenas comía de las náuseas (y reintroducir la leche), mi estómago vuelve a escoñarse. Creo, iluso de mí, que tal vez la pylori no haya muerto después de todo, a mucha gente le ha pasado. Espero religiosamente los dos meses para que me hagan la prueba del aliento, a ver si aún se resiste, y esta vez sí que me atiende mi médico de cabecera; aunque me dice que necesita consultar unos detalles de mi historial y me da largas durante dos semanas. Pasadas las dos semanas, con gesto tenso, rostro hierático y el culo tan tenso como la piel de un tambor, recibe a mi madre (yo estaba estudiando en otra ciudad) y le dice que NO había ninguna pylori. El análisis dio negativo. Se han equivocado.
Con poca o ninguna paciencia, dado el cachondeo de tratamiento, casi un año después desde que me puse enfermo, exigimos que me reenvíen al hospital o a alguien que sepa decirme qué puñetas me está pasando. A regañadientes acceden y paso a estar en lista de espera para medicina interna, concretamente otros tres santos meses. Ya llegamos a las navidades del año actual.
Me atiende una doctora que escucha de nuevo mis síntomas, cada una de las fases a lo largo de todo un año, y sin bostezar siquiera. Al final me pide una breve recapitulación de síntomas actuales y procede a mandarme el consabido análisis junto con un taco de pruebas más, suficientes como para parar un tren. Acordamos vernos de nuevo en Semana Santa cuando ya estén los resultados. Al fin comienzo a ver una luz al final del túnel y me prometo, a mí mismo, que si de esta me curan, le compro a la doctora un ramo de rosas tan grande que no entre por la puerta.
Hago las pruebas, llega Semana Santa, y una hora y media de retraso después, mi doctora resulta (exacto) estar de vacaciones. Me atiende otra doctora a la cual le han cambiado el sistema informático y no sabe ni qué pruebas hice, ni dónde las tengo, ni nada de nada. Vuelvo a contar mis síntomas y me comenta que todas las pruebas están normales salvo la de la leche. Le pregunto por la prueba del bario, porque tardé más de 5 horas en hacerla y me dolió horriblemente... No sabía de qué le hablaba. ¿Ah, hiciste esa prueba? Me pregunta. Mira por la pantalla, llama por teléfono, pide que le expliquen dónde está el resultado. ¡Ah, pues sí! Normal, contesta. También me informa de que en la prueba de tránsito se ha fastidiado la muestra y tengo que repetirla, al igual que la colonoscopia. No obstante, me advierte de que esto va a ser una alergia y la sanidad pública no se hace cargo. Culmina la experiencia dándome otra cita con mi doctora para 6 meses vista. ¡Ah! Y que tenga cuidado con la leche; pero que no la quite, por Dios, que no la quite.
Desquiciado, sin saber si reír o llorar, mando a la mierda la dieta que me mandaron y decido hacer una propia. Quito el gluten y mejoro. Pruebo a reemplazarlo por productos para celiacos y empeoro. Quito el maíz y mejoro. Estoy bien del estómago; pero me muero de hambre. Sigo con hinchazón, así que quito la leche y mejoro, ahora ya no tengo ni reflujo ni problemas para ir al baño. Paso unas cuantas semanas con la nueva dieta y soy una persona totalmente distinta, más feliz, más despierta, con energía, sin dolores; pero muerta de hambre. Como casi un kilo de carnes blancas al día y una pota entera de sopa de verduras cada día, alternando con todas las legumbres imaginables, arroz y pescados; pero sigo perdiendo peso a marchas forzadas. Soy hombre. Mido casi 1.80 y peso menos de 55 kg. No puedo ver los hidratos de carbono, lo azúcares, la leche y los fermentados, aunque me muero de ganas por los cuatro. El azúcar de las frutas ya es suficiente para tener acidez; aunque luego sea capaz de tomarme una pota de coles o garbanzos y ni tan siquiera darme hipo, alucinante. Especulo con la posibilidad de una infección por levaduras, de una alergia a alguna fruta, de una enfermedad misteriosa y desconocida... pero nada cuadra, o todo cuadra demasiado, según se mire.
Hoy por fin he pedido los análisis en el Hospital porque me he decidido a optar por la medicina privada. Me pongo a cotillearlos, por curiosidad, y lo primero que leo me hace soltar una carcajada histérica. Pruebas de leche, IgA e IgG, 10 veces por encima del valor máximo normal. En 3 hematologías distintas los mismos valores. No soy médico, lo reconozco; pero sí soy Ingeniero, y entiendo que tener un valor diez veces por encima del límite normal no debe ser algo bueno. También me resulta desternillante la tan cacareada celiaquía que me miraron cuatro veces: el valor aceptable debería estar por debajo de 10, y el mío no llega ni a uno. Así que, ni era celiaquía, ni era a la lactosa, ni desde luego era leve. Era una alergia a la proteína y grave; pero cinco médicos más tarde aún no me la han diagnosticado. Hay que joderse.
Llevo ya casi un año leyendo muchos de vuestros mensajes (obviamente no todos porque son un montón ) pero hasta ahora no me había decidido a registrarme y compartir mi caso. Os ahorraré los síntomas escatológicos, que son casi todos, y diré simplemente que mi sintomatología casa perfectamente con el SII, amén de cuarenta mil cosas más. A continuación relato el periplo de este último año en clave de humor; aunque por desgracia es la triste realidad. Es muy largo, está plagado de palabras malsonantes y dudo que nadie lo lea; pero encuentro terapéutico contárselo a alguien. Así que, ante todo, a todos, gracias.
Desde antes de navidades del año pasado, comencé a tener fuertes problemas de estómago. Los cuales, por supuesto, mi médico achacó a un colon irritable. Lo impresionante es que ya me había diagnosticado antes de hacerme ni el primer análisis, eso es velocidad. Según él era estudiante, y todos los estudiantes comemos mal, dormimos mal, vivimos mal y no hacemos suficiente ejercicio. En pleno Invierno correr a -10 grados es el ideal de salud de mi médico de cabecera, qué le vamos a hacer. Me dice que todo va a ser de la cabeza; y que si no cierro la boca, me manda una colonoscopia.
Dos meses después, aproximadamente, sufro un ataque de diarrea que me tiene encadenado a la taza del váter durante más de 24 horas seguidas. Y con eso no quiero decir que fuese varias veces al baño, no, quiero decir que no pude salir de él, directamente. De pequeño sufría gastroenteritis casi todos los años y os aseguro que aquello no fue normal, se parecía más a una intoxicación alimentaria, salvo porque no me había intoxicado con nada. Era fin de semana y la consulta del médico estaba cerrada, en otro caso habría corrido para allí a toda velocidad. Bueno, cuando hubiera podido levantarme del váter, claro está. Dos días después logro reunir fuerzas para ir al médico y resulta que no está, que está de vacaciones. Me atiende una joven y me dice que todo va bien en mi intestino; pero me pide pruebas para celiaquía y alergia a la leche, que esas diarreas que se repiten cada varias semanas no le gustan un pelo.
Al volver mi médico de vacaciones, dos semanas después, pone a la anterior médica a caer de un burro diciendo que para qué me había pedido semejantes cosas si total no me pasaba nada, que todo era psicológico.
Varios cólicos, días sin poder levantarme de la cama o el váter, y cantidad de terribles indigestiones después, por fin estaban los resultados del análisis: negativo a celiaquía y positivo (muy poco) a la leche. Le comento al médico que me extraña lo de la leche, porque de pequeño había tenido una intolerancia a la lactosa y lo único que me había dado era diarrea, vamos, la clásica y convencional de toda la vida sin efectos especiales de pirosis, vómitos, reflujo ni nada de ese calibre. No obstante, me manda que disminuya la leche, aunque no la quite.
Después de disminuir la leche y seguir exactamente igual o peor, pruebo a buscar algo de información en Internet y me encuentro con esta página, donde descubro que una cosa es la Intolerancia a la lactosa y otra muy distinta la Alergia a la Proteína. Vuelvo al médico para preguntar cuál de las dos tengo y: la enfermera me dice que a la lactosa, mi antigua pediatra que a la proteína y mi médico de cabecera que "a la leche", punto. Pero que es muy poco muy poco, y que el problema subyacente es que llevo malos hábitos de vida y no hago ejercicio. Joder, no fumo, no bebo, no me drogo, mi peor crimen es que tomo poca fruta, y según él tengo unos hábitos de vida inmundos porque trabajo con ordenadores. Dios bendito, ahora resulta que el PC causa más muertes que el tabaco y yo sin enterarme.
Un mes de diarrea ininterrumpida después, cuando el médico empezó mínimamente a creer que no era mi imaginación, vuelvo a verle para que me recete algo y, adivinen, está de nuevo de vacaciones. No sé exactamente cómo funciona el régimen laboral de medicina; pero me alegra ver que existe una profesión con más vacaciones que los profesores. Me atiende otra doctora que escucha de nuevo mis síntomas, pregunta por la leche, y a la cual yo le vuelvo a explicar que sí, que he disminuido la leche, cambiado a yogures, quitado los yogures, pasado a los quesos, y que no hay dios que lo batanó, que sigo enfermo. Vale, me manda nuevos análisis, me repite la celiaquía y me añade la prueba a la pylori. Le pregunto si debo dejar la leche, o cambiarme a una sin lactosa, y me contesta que no, que siga como estoy. Es decir: enfermo. Perdón, quiero decir: tomando poca leche. Por cierto, sí, a ella también le pregunté si era alergia o intolerancia y tampoco lo sabía, que según ella el análisis no lo especificaba.
Vuelven a pasar las semanas, cuatro para ser exactas, durante las cuales tomo Omeprazol y consigo que la terrible pirosis se reduzca un poco. Tan mal me encontraba que pasé olímpicamente de los consejos médicos y acabé quitando la leche a ver si ayudaba. No creo que sea muy científico, pero también le puse un par de velas al santo, por si acaso. Los eructos siguen yendo a más y la diarrea desaparece de cuajo. En su lugar, ahora no hay manera de que vaya al baño, yupi. Por fin están los resultados: positivo en pylori. Me mandan un tratamiento con antibióticos durante una semana que me deja para el arrastre, aunque después del tratamiento me encuentro bastante mejor.
La vida pinta maravillosa y llena de oportunidades mientras mi estómago creo que empieza a recuperarse. Lo gracioso del asunto es que, al abandonar la dieta antibiótica durante la cual apenas comía de las náuseas (y reintroducir la leche), mi estómago vuelve a escoñarse. Creo, iluso de mí, que tal vez la pylori no haya muerto después de todo, a mucha gente le ha pasado. Espero religiosamente los dos meses para que me hagan la prueba del aliento, a ver si aún se resiste, y esta vez sí que me atiende mi médico de cabecera; aunque me dice que necesita consultar unos detalles de mi historial y me da largas durante dos semanas. Pasadas las dos semanas, con gesto tenso, rostro hierático y el culo tan tenso como la piel de un tambor, recibe a mi madre (yo estaba estudiando en otra ciudad) y le dice que NO había ninguna pylori. El análisis dio negativo. Se han equivocado.
Con poca o ninguna paciencia, dado el cachondeo de tratamiento, casi un año después desde que me puse enfermo, exigimos que me reenvíen al hospital o a alguien que sepa decirme qué puñetas me está pasando. A regañadientes acceden y paso a estar en lista de espera para medicina interna, concretamente otros tres santos meses. Ya llegamos a las navidades del año actual.
Me atiende una doctora que escucha de nuevo mis síntomas, cada una de las fases a lo largo de todo un año, y sin bostezar siquiera. Al final me pide una breve recapitulación de síntomas actuales y procede a mandarme el consabido análisis junto con un taco de pruebas más, suficientes como para parar un tren. Acordamos vernos de nuevo en Semana Santa cuando ya estén los resultados. Al fin comienzo a ver una luz al final del túnel y me prometo, a mí mismo, que si de esta me curan, le compro a la doctora un ramo de rosas tan grande que no entre por la puerta.
Hago las pruebas, llega Semana Santa, y una hora y media de retraso después, mi doctora resulta (exacto) estar de vacaciones. Me atiende otra doctora a la cual le han cambiado el sistema informático y no sabe ni qué pruebas hice, ni dónde las tengo, ni nada de nada. Vuelvo a contar mis síntomas y me comenta que todas las pruebas están normales salvo la de la leche. Le pregunto por la prueba del bario, porque tardé más de 5 horas en hacerla y me dolió horriblemente... No sabía de qué le hablaba. ¿Ah, hiciste esa prueba? Me pregunta. Mira por la pantalla, llama por teléfono, pide que le expliquen dónde está el resultado. ¡Ah, pues sí! Normal, contesta. También me informa de que en la prueba de tránsito se ha fastidiado la muestra y tengo que repetirla, al igual que la colonoscopia. No obstante, me advierte de que esto va a ser una alergia y la sanidad pública no se hace cargo. Culmina la experiencia dándome otra cita con mi doctora para 6 meses vista. ¡Ah! Y que tenga cuidado con la leche; pero que no la quite, por Dios, que no la quite.
Desquiciado, sin saber si reír o llorar, mando a la mierda la dieta que me mandaron y decido hacer una propia. Quito el gluten y mejoro. Pruebo a reemplazarlo por productos para celiacos y empeoro. Quito el maíz y mejoro. Estoy bien del estómago; pero me muero de hambre. Sigo con hinchazón, así que quito la leche y mejoro, ahora ya no tengo ni reflujo ni problemas para ir al baño. Paso unas cuantas semanas con la nueva dieta y soy una persona totalmente distinta, más feliz, más despierta, con energía, sin dolores; pero muerta de hambre. Como casi un kilo de carnes blancas al día y una pota entera de sopa de verduras cada día, alternando con todas las legumbres imaginables, arroz y pescados; pero sigo perdiendo peso a marchas forzadas. Soy hombre. Mido casi 1.80 y peso menos de 55 kg. No puedo ver los hidratos de carbono, lo azúcares, la leche y los fermentados, aunque me muero de ganas por los cuatro. El azúcar de las frutas ya es suficiente para tener acidez; aunque luego sea capaz de tomarme una pota de coles o garbanzos y ni tan siquiera darme hipo, alucinante. Especulo con la posibilidad de una infección por levaduras, de una alergia a alguna fruta, de una enfermedad misteriosa y desconocida... pero nada cuadra, o todo cuadra demasiado, según se mire.
Hoy por fin he pedido los análisis en el Hospital porque me he decidido a optar por la medicina privada. Me pongo a cotillearlos, por curiosidad, y lo primero que leo me hace soltar una carcajada histérica. Pruebas de leche, IgA e IgG, 10 veces por encima del valor máximo normal. En 3 hematologías distintas los mismos valores. No soy médico, lo reconozco; pero sí soy Ingeniero, y entiendo que tener un valor diez veces por encima del límite normal no debe ser algo bueno. También me resulta desternillante la tan cacareada celiaquía que me miraron cuatro veces: el valor aceptable debería estar por debajo de 10, y el mío no llega ni a uno. Así que, ni era celiaquía, ni era a la lactosa, ni desde luego era leve. Era una alergia a la proteína y grave; pero cinco médicos más tarde aún no me la han diagnosticado. Hay que joderse.